5 heridas emocionales de la infancia: cómo repercuten en la adultez y cómo sanarlas

Nos referimos a las lesiones psíquicas originadas en la niñez que pueden condicionar nuestra vida adulta. Profundicemos en las 5 heridas desarrolladas por Lisa Bourbeau y cómo superarlas.
5 heridas emocionales de la infancia: cómo repercuten en la adultez y cómo sanarlas
Raquel Aldana

Escrito y verificado por la psicóloga Raquel Aldana.

Última actualización: 22 mayo, 2024

No es fácil lidiar con un pasado traumático. Menos aún, si esas marcas se originaron en nuestra niñez, cuando no teníamos recursos psicológicos suficientes para lidiar con estas. Las heridas emocionales de la infancia son lesiones psíquicas que afectan nuestra adultez, y que obstruyen nuestra plenitud y felicidad.

Así, los signos de estas cicatrices se manifiestan en nuestra edad adulta de infinitos modos. Ansiedad, pensamientos obsesivos, problemas de autoestima y, sobre todo, dificultades en nuestras relaciones interpersonales. Te invitamos a conocer más sobre estas cicatrices afectivas.

¿Qué son y cómo surgen las heridas del alma?

Las heridas emocionales de la infancia son experiencias tempranas de profundo dolor. Lise Bourbeau, una reconocida autora canadiense, exploró y teorizó cómo las experiencias del pasado que quedan sin resolver moldean nuestra vida adulta.  A veces, aquellas surgen debido a una infancia traumática. En este caso, podría deberse a que nuestros padres o cuidadores fueron maltratadores, negligentes o ausentes. En cambio, en otros casos, las heridas del alma se originan a partir de una interpretación subjetiva de la persona con el trauma.

De esta forma, las heridas emocionales se originan por una o varias experiencias negativas (o interpretadas como tal) vividas en la niñez. Dejan una huella afectiva que, de alguna u otra manera, impacta en la forma en que nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás.

Sin embargo, es crucial aclarar que el hecho de haber sufrido alguna situación dolorosa en la niñez, no siempre resulta de forma directa e inmediata en una herida emocional. Hay varios factores que influyen, como la intensidad del evento, el apoyo recibido en ese momento y la edad y madurez emocional que teníamos en aquel momento.

Las 5 heridas emocionales de la infancia desarrolladas por Lise Bourbeau

En su libro Las cinco heridas que impiden ser uno mismo, Bourbeau desarrolla cinco heridas infantiles. Agrega que, ante cada una de ellas, las personas nos creamos «máscaras» aquellos son mecanismos inconscientes de defensa. A partir de ellos, intentamos resguardarnos de la vulnerabilidad y dolor emocional asociados a las heridas.

1. Herida de abandono

Las situaciones que pueden despertar esta herida, no siempre reflejan un abandono real y determinante. Por ejemplo, podemos sentirnos abandonados ante la llegada de un hermanito o porque nuestos padres están todo el día fuera de casa. Como sea, la soledad es el peor enemigo de quien vivió el abandono en su infancia.

Por tanto, es común que el miedo a vivir de nuevo esta carencia, nos lleve a desarrollar dependencia emocional en nuestros vínculos (máscara). Es probable que, de forma consciente o inconsciente, hagamos todo lo que está a nuestro alcance con tal de que la otra persona se quede a nuestro lado. Sin embargo, a menudo conseguimos justo lo contrario.

2. Herida de rechazo

La herida de rechazo es de las más profundas, ya que transmite un mensaje tan cruel como «no eres digno de existir». Se origina en niños que no se sienten valorados o aceptados por sus figuras de apego. Como resultado, estas personas crecen sintiendo que no merecen afecto, amor o respeto. Para protegerse del dolor, desarrollan la máscara de retirada,  o huidizo. Este mecanismo de defensa los lleva a aislarse de los demás, con el fin de evitar volver a sufrir. Suelen ser autocríticos, demasiado condescendientes y autosabotear sus posibles éxitos.

3. Herida de humillación

En este caso, la herida surge cuando los cuidadores nos denigran, desaprueban o sienten vergüenza de nosotros. Por ejemplo, padres que ridiculizan o critican a sus hijos en presencia de otros, como familiares o amigos. En general, este menosprecio causa problemas de autoestima que pueden persistir en la adultez.

Para protegerse, las personas con herida de humillación desarrollan la máscara masoquista. Aprenden a castigarse a sí mismas, antes de que los demás lo hagan, creyendo que merecen sufrir. Esto hace que sean incapaces de disfrutar. En otros casos, pueden convertirse en personas tiránicas o egoístas, e incluso humillar a los demás como acto de defensa propia.

4. Herida de traición

Cuando un cuidador incumple promesas, no brinda protección, miente o no está presente en momentos cruciales, puede originar una profunda herida de traición en el niño. Como es de esperar, haber experimentado traiciones en la infancia, forja personalidades desconfiadas.

Como escudo protector, adoptan una máscara de controlador. Son adultos con carácter fuerte que buscan tener el control de todo lo que les rodea. Por tanto, el miedo a ser traicionados les hace estar siempre a la defensiva, volviéndolos incapaces de relajarse.

5. Herida de injusticia

La injusticia como herida emocional se origina en un entorno donde las figuras de apego son frías y autoritarias. Durante la infancia, el exceso de exigencia puede causar sentimientos de insuficiencia o inutilidad que perduran incluso después de la adolescencia.

Quienes llevan esta herida, suelen tener problemas de autoestima y con el objetivo de emprender decisiones con seguridad, intentan sentirse al resguardo, a través de la máscara de la rigidez. Son perfeccionistas e inflexibles en su forma de pensar y actuar. Aunque pueden ser personas muy sensibles, tienden a ocultar sus sentimientos y aparentar que nada les afecta.



¿Es posible tener varias heridas afectivas?

Después de conocer de qué se tratan estas lesiones emocionales, puede que varias de ellas te hayan resultado familiares. De hecho, es bastante común que las personas desarrollen más de una, en especial si vivieron infancias marcadas por el maltrato y/o la falta de afecto.

Por ejemplo, alguien podría experimentar la herida de rechazo, debido a la falta de aceptación por parte de sus cuidadores y, al mismo tiempo, sentir la herida de injusticia, gracias a un entorno familiar autoritario y exigente. En la edad adulta, es probable que esta persona adopte una combinación de máscaras para enfrentar sus cicatrices emocionales.

Sin importar si cargas con una, varias o todas estas heridas, siempre hay oportunidad de sanarlas. Eso sí; mientras no te enfrentes a ellas, reconozcas cómo se manifiestan en tu vida y trabajes en tu crecimiento personal, seguirán influyendo en tu bienestar.

¿Cómo sanar las heridas de la infancia?

La psicoterapia es una herramienta invaluable en este proceso. Reconectar con momentos dolorosos de la infancia es, como mínimo, desafiante. Por lo tanto, hacerlo con acompañamiento profesional puede ser de gran ayuda.

Cada caso es único y singular y, por ende, el enfoque terapéutico también lo será. Sin embargo, dependiendo de las heridas que necesites sanar, podría ser necesario centrarse en algunos aspectos más que en otros. Exploremos cada caso.

  • Abandono: sanar la herida de abandono implica abordar cuestiones como el autodiálogo y la autoconfianza, fomentar una mayor autonomía, mientras se resignifica el concepto de la soledad, para dejar de temerle tanto. Este proceso también puede involucrar reconocer las propias necesidades, aprender a marcar límites y cultivar relaciones basadas en la reciprocidad.
  • Rechazo: en este caso, es primordial el autocuidado. Aprender a valorarse más allá de la aprobación o reconocimiento externo también es un punto muy importante. Esto es esencial para ser capaz de abrirse emocionalmente a los demás, incluso si eso conlleva el riesgo de resultar lastimado.
  • Humillación: para reparar esta herida, es crucial fortalecer la creencia de merecimiento de respeto y dignidad, y así contrarrestar los efectos de la humillación. Además, cultivar espacios de placer y disfrute puede ser muy útil en este proceso.
  • Traición: el mayor desafío está en volver a confiar en las personas. Esto no significa ignorar las señales de advertencia o dejarse manipular, sino evitar ponerse en una posición de precaución excesiva.
  • Injusticia: En estos casos, es importante trabajar la autoestima, el autoconcepto, así como la rigidez mental. Cultivar una mayor flexibilidad en la forma de pensar y actuar nos ayuda a adaptarnos mejor a los cambios en lugar de aferrarnos a creencias que alimentan el resentimiento.

Es muy común proyectar los dolores del pasado en las personas del presente. Pareja, amistades, jefes. Pero… ¿Qué tienen que ver ellos con nuestra heridas infantiles? Nada. Por esto, es crucial enfrentar estas angustias para evitar que  continúen reactivándose una y otra vez en nuestros vínculos actuales.

A su vez, es fundamental considerar al perdón como parte del proceso. Pero, aclaremos algo: Perdonar no supone justificar u olvidar aquello que tanto daño nos hizo. Más bien, significa liberarnos del peso emocional que llevamos en nuestros hombros, soltar el resentimiento y avanzar hacia un mayor bienestar.



Otras heridas de la infancia

Además de las heridas infantiles propuestas por Bourbeau, existen otras experiencias que pueden repercutir en nuestra vida adulta. Por ejemplo, haber establecido un fuerte vínculo con alguien y luego enfrentar su repentina e inesperada desaparición. Esta vivencia puede desembocar en un fuerte miedo al compromiso. Muchas veces, este temor coexiste con la herida de abandono o de traición, al agravar aún más la sensación de inseguridad emocional.

Por otro lado, haber sido víctima de maltrato puede llevarnos a desarrollar desprecio hacia los demás en la edad adulta. Esta experiencia puede conducirnos a pensar que la vida es una guerra abierta contra los otros y que debemos mantener una actitud defensiva y despiadada para protegernos.

El pasado deja marca, pero no define quién eres

Las heridas de la infancia pueden resonar de maneras inesperadas. Es innegable que afectan nuestras relaciones y nuestra forma de percibir el mundo. Pero, aunque las cicatrices estén ahí, no definen nuestra identidad. A pesar de que ejercen su influencia, no tienen el poder de determinar nuestro presente ni nuestro futuro.

Si bien la sanación no sucede de la noche a la mañana, con suficiente coraje, esfuerzo y dedicación, podemos liberarnos del peso emocional que arrastramos desde nuestros primeros años de vida. Por último, recuerda que siempre puedes pedir ayuda, no estás solo.


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